Durante décadas, los barrios de Ourense latían al ritmo de su propio comercio. Cada calle tenía su panadería, carnicería, ferretería, zapatería o tienda de ultramarinos.
El trato cercano, el conocimiento mutuo entre clientela y comerciantes, y la sensación de pertenencia convertían estos espacios en mucho más que puntos de venta: eran centros de vida social.
Cuando los barrios eran el alma del comercio
Sin embargo, la desaparición del comercio de barrio en Ourense (y en tantas otras ciudades) no fue un hecho súbito, sino un proceso paulatino marcado por varios hitos. Uno de los primeros fue la aparición de las galerías comerciales, concebidas como espacios cubiertos que agrupaban a varios pequeños negocios. Estas infraestructuras ofrecían comodidad en días de lluvia o calor y se convirtieron en un nuevo punto de encuentro en los años 70 y 80.

Las galerías lograron, durante un tiempo, mantener vivo el espíritu del pequeño comercio. Eran una adaptación al nuevo modelo urbano, pero sin perder del todo la esencia de cercanía. En Ourense aún sobreviven algunas, aunque lejos de su esplendor original. Poco a poco, muchas fueron perdiendo afluencia, víctimas del envejecimiento de sus instalaciones, la falta de renovación comercial y la dificultad para competir con formatos más modernos.
A partir de los años 90, los hipermercados y centros comerciales cambiaron definitivamente las reglas del juego. Con una oferta más amplia, aparcamiento gratuito, climatización, horarios extensos y una potente inversión publicitaria, estos nuevos actores absorbieron gran parte del consumo cotidiano.
Frente a ellos, los comercios de barrio no pudieron competir. Ni por volumen de producto ni por precio. La progresiva peatonalización de algunas zonas, el auge del coche como medio de transporte principal y los cambios en los hábitos de consumo (cada vez más centrados en lo inmediato y lo cómodo) acabaron por minar el tejido comercial tradicional.

Hoy, muchas persianas bajadas en calles como Progreso, Santo Domingo o Ervedelo dan testimonio de ese cambio de época. En algunas esquinas aún resisten negocios familiares que se niegan a desaparecer, sostenidos por clientelas fieles y el esfuerzo de generaciones.
Pero el modelo que conocimos —el del barrio como ecosistema comercial propio— ha quedado herido. La reflexión sobre cómo revitalizarlo, combinando lo mejor del pasado con las necesidades del presente, está más viva que nunca. ¿Será el comercio local capaz de reinventarse en la era digital? ¿O nos resignaremos a una ciudad sin escaparates conocidos ni saludos al entrar en la tienda?