Jugar es mucho más que un pasatiempo: es una necesidad biológica. Así lo afirma el psicólogo, biólogo y divulgador Julio Rodríguez López en su último libro, Jugar por jugar.
En esta obra, Julio Rodríguez desmonta mitos sobre la educación moderna y alerta del riesgo de “domesticar” la infancia. El autor presentará el libro «Jugar por jugar» este 5 de junio en la Librería Eixo a partir de las 19:30h.
Julio Rodríguez: “Jugar no es un lujo, es un imperativo biológico”
Julio Rodríguez López es una de esas voces difíciles de encasillar: científico de vocación, divulgador por convicción y psicólogo por compromiso con la salud mental.
Se formó como biólogo en la Universidad de Santiago de Compostela, donde también obtuvo el doctorado en Medicina Molecular en 2008. Más tarde amplió su enfoque con el Grado en Psicología y un máster en Educación por la UNED, convencido de que comprender la mente humana exige tanto rigor como sensibilidad.
Su actividad profesional se desarrolla como genetista clínico en la Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica, pero su voz se ha hecho especialmente visible en el ámbito divulgativo. «Si tienes un conocimiento que puede mejorar la vida de los demás, tienes la obligación ética de compartirlo«, afirma.
Esa ética del conocimiento guía sus libros, artículos y charlas, en los que desmonta dogmas educativos y alerta sobre el impacto de la tecnología y el rendimiento precoz en la infancia.
Entrevista con el Psicólogo Julio Rodríguez
Desde su experiencia, Rodríguez lanza un mensaje claro: privar a los niños del juego libre y espontáneo afecta directamente a su neurodesarrollo, creatividad, empatía y salud mental. En esta entrevista reflexiona sobre el papel de las familias, la escuela, la tecnología y la sociedad en la forma en que criamos —o coartamos— a las futuras generaciones.
En Jugar por jugar destaca la importancia del juego libre y desestructurado. ¿Qué le inspiró a escribir este libro?
La observación en la naturaleza de que todos los cachorros de los animales mamíferos juegan, igual que los niños, sin que nadie les enseñe. Eso indica que el jugar es una conducta innata, genética, que viene de serie con nuestro cerebro. Cuando algo es así es porque es importante para la supervivencia, y lo es porque es importante para el neurodesarrollo de los organismos, porque es una etapa de un aprendizaje enorme y muy importante.
En las sociedades actuales, que todo gira en torno a la competitividad y a la productividad y el rendimiento, estamos haciendo que los niños dejen de jugar libremente, de jugar de verdad porque los estamos forzando a competir, ser siempre productivos llenarlos de actividades «útiles», dejando de lado la que es más útil e importante de todas, el jugar por jugar.

¿Por qué cree que la sociedad actual ha «domesticado» la infancia?
Por un poco lo que he dicho antes, los adultos, contagiados por lo que estamos obligados a hacer nosotros en nuestro día a día en una sociedad capitalista en la que todo está orientado a la competitividad, la productividad y el rendimiento, hemos hecho a nuestros niños a nuestra imagen y semejanza sin darnos cuenta de que nuestros males no tienen que ser los de ellos, y que ellos deben ser libres para crecer sanos física y psicológicamente.
¿Cuáles son los principales riesgos de privar a los niños del juego libre?
Se ve afectado su neurodesarrollo. Con el jugar el niño aprende como funciona el mundo, cómo funciona la realidad, cuáles son las leyes físicas y sociológicas que la rigen (desde qué rompe un cristal a como me tengo que comportar con mis iguales), aprenden a conocer a los demás y a conocerse a sí mismos física y psicológicamente, desarrollan la inteligencia, la creatividad y la imaginación, desarrollan y perfeccionan habilidades sociales y el lenguaje, etcétera. El jugar es un imperativo biológico.
En su libro habla de cómo el juego fortalece la creatividad y la empatía. ¿Podría explicar qué mecanismos lo sustentan?
Jugar es la mejor forma que encontró la evolución de que los organismos aprendiesen una gran cantidad de cosas sin esfuerzo. Las habilidades sociales, el lenguaje, la creatividad y la imaginación son algunas de ellas. Cualquiera que vea a un niño jugar entiende que ese proceso fomenta la creatividad y la imaginación, porque eso mismo es lo que está haciendo: creando e imaginando.
¿Cómo pueden las familias fomentar un ambiente que permita ese “territorio salvaje” para sus hijos?
Siendo acompañantes en el proceso de jugar, y no imponiendo reglas. No hay mejor compañero de juego para un niño que sus padres (y sus iguales).
¿Qué papel deberían tener las escuelas en este aspecto? ¿Deberían incorporar más juego libre al currículo?
En mi opinión ya lo incorporan. Las escuelas cumplen su función de tener que enseñar a los niños muchas cosas. Para aprender a leer hay que estudiar y esforzarse, igual que para aprender un tratado sobre el cuerpo humano. Pero para eso están los recreos. No solo existen por ley para que los niños se relajen psicológicamente, está demostrado que ese momento de esparcimiento, igual que hace el sueño, sirve para consolidar lo aprendido en las horas de estudio. Quizá debería haber más tiempo para el jugar, sí, puede que sí, pero yo creo que lo hacen bien. Excepto si se usan en exceso las pantallas.
¿Cómo pueden equilibrar las familias el acceso a la tecnología con la necesidad del juego libre?
Yo opino, y me respalda la ciencia, que las pantallas no deben estar presentes en la infancia (de 0 a 6 años). Y luego muy controladas y muy poco tiempo. Y sin móviles y redes sociales hasta la mayoría de edad. Las pantallas son muy perjudiciales para el aprendizaje y la salud mental.

En su experiencia, ¿qué papel juega la presión social (logros, éxito académico) en la disminución del tiempo de juego?
Como he dicho antes, la ansiedad por el estatus está demasiado presente en nuestra sociedad. Y los adultos se lo trasladamos a los niños. No debería ser así. Estudiar hay que estudiar, no digo que no, pero tiene que haber tiempo para el esparcimiento. Un niño de 5 años no tiene que competir por sacar mejores notas. Es una aberración.
¿Qué mensaje clave le gustaría que los lectores se llevaran de Jugar por jugar?
Que el jugar no es un pasatiempo, que no es una pérdida de tiempo. Que es un proceso esencial en el aprendizaje y la salud mental (felicidad) de los niños. Y que nos bajemos del carro del estrés y el trabajo y nos pongamos a jugar con ellos. Tenemos que ser la resistencia ante el ritmo frenético de la sociedad y el tsunami tecnológico que nos arrasará a nosotros y a nuestros hijos si no hacemos nada y nos dejamos llevar.
Por último, ¿nos puede recomendar un libro, película o experiencia que haya influido especialmente en su forma de entender la infancia y el juego?
La fábrica de cretinos digitales (Michel Desmurget), Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos (Francisco Villar), Captain fantastic (Matt Ross), Ansiedad por el estatus (Alain de Botton), Los últimos niños del bosque (Richard Louv), Jugar (André Stern), El valor de la atención (Johann Hari), Focus (Daniel Goleman), La escuela de fantasía (Gianni Rodari), La imaginación y el arte en la infancia (Lev Vigotsky), La era del vacío (Gilles Lipovetsky), La modernidad líquida (Zygmunt Bauman).