Entrevistas

Conversamos con Don José Manuel Salgado sobre Iglesia, juventud y misión

La vocación no siempre llega con estruendo; a veces, se manifiesta como un susurro que acompaña silenciosamente durante años.

Así la describe D. José Manuel Salgado Pérez, actual director del Instituto Teológico Divino Maestro, formador del Seminario Mayor y delegado episcopal para el Seminario.

Conversamos con Don José Manuel Salgado sobre Iglesia, juventud y misión

Su testimonio, sereno y profundo, traza el camino de quien ha sabido leer los signos de Dios en medio del ruido del mundo.

D. José Manuel Salgado Pérez

Ordenado sacerdote en 2016, D. José Salgado ha asumido desde entonces diversas responsabilidades dentro de la diócesis, manteniendo siempre una actitud de confianza y obediencia. Su experiencia con jóvenes y seminaristas le permite ofrecer una mirada privilegiada sobre los retos de la fe en una sociedad cada vez más secularizada, pero también sobre las oportunidades que brotan en medio de esa misma crisis.

Entrevista a D. José Manuel Salgado Pérez

En esta entrevista, hablamos con él sobre la vocación, la evangelización digital, el papel de las parroquias, el diálogo Iglesia-sociedad y el nuevo pontificado. Una conversación que invita a la reflexión, al compromiso y a redescubrir el valor del servicio como el núcleo del anuncio cristiano.

¿Recuerda el momento exacto en el que sintió la llamada vocacional?

La vocación es una llamada de Dios que cada persona experimenta de un modo distinto. En mi caso, no hubo un momento concreto en el que “sintiera la llamada”, sino que fue un proceso, un discernimiento de varios años, apoyado en la oración, en un grupo de fe y en el acompañamiento espiritual.

Es cierto que hubo “momentos fuertes” en los que Dios me lo hizo ver de un modo más claro. Entre ellos, recuerdo la primera vez que peregriné al Santuario de la Virgen de Fátima (Portugal) con un grupo grande de jóvenes en el año 2009. Fue un momento muy importante en mi camino vocacional.

D. José Manuel Salgado Pérez

Desde su ordenación en 2016, ha asumido diversas responsabilidades. ¿Cómo ha vivido este crecimiento dentro de la diócesis?

Cuando somos ordenados sacerdotes, entregamos totalmente nuestra vida al Señor y a la Iglesia. A partir de ese momento, uno se deja llevar por el Señor a través de lo que el Obispo va pidiendo, en obediencia y paz. Así, he ido recibiendo diversos encargos, siempre con un poco de miedo, pero con confianza en el Señor, sabiendo que haciendo lo que Dios quiere daré gloria a Dios y serviré a la Iglesia y a la humanidad. En ocasiones he dicho: “Señor, tú sabrás lo que haces”…

Usted ha trabajado con seminaristas y jóvenes. ¿Cómo ve la relación actual de la juventud con la fe?

Gracias a Dios, he podido acompañar y acompaño a jóvenes en su crecimiento cristiano y solo puedo asombrarme de que Dios sigue haciendo su obra. Es verdad que, en nuestro mundo occidental, las nuevas generaciones experimentan múltiples dificultades y, entre ellas, está la secularización. Aun así, creo que empezamos a ver el comienzo de un cierto cambio. Los jóvenes están cansados de esta sociedad consumista y sin Dios, que agota y deja vacíos. Nuestro corazón está hecho para algo más grande… ¡para un amor más grande! Son motivos de esperanza el gran número de jóvenes que han recibido el Bautismo en Francia en la Pascua de este año o las multitudes de jóvenes católicos llegados a Roma para el funeral del Papa Francisco.

¿Qué puede hacer la Iglesia para ser más cercana y significativa para los jóvenes de hoy?

En primer lugar, “perder tiempo” con los jóvenes. Necesitan que les escuchemos, que le dediquemos tiempo de calidad, que compartamos vida con ellos, que se sientan queridos, valorados, amados. Esa cercanía a los jóvenes es imprescindible por parte de la Iglesia.

En segundo lugar, para eso es necesario que nos hagamos presentes como cristianos en los ámbitos sociales en los que ellos se mueven y no tengamos miedo a salir a esas “periferias” de las que tanto nos habló el Papa Francisco. Hay que ir a buscarlos, no esperar a que nos busquen.

En tercer lugar, es esencial para los jóvenes que entren en contacto con otros jóvenes que sí viven con alegría y coherencia la fe cristiana. El ejemplo arrastra y, junto a ello, encontrar grupos y pequeñas comunidades de fe en las que crecer.

En un mundo digital y acelerado, ¿cómo puede el mensaje del Evangelio seguir siendo relevante? ¿Es necesario adaptar el lenguaje y las formas para llegar a los jóvenes?

Claro que sí. Sin cambiar el mensaje del Evangelio (que es y será siempre el mismo), sin duda, hay que cambiar el lenguaje y las formas. El Papa Francisco nos ha dado ejemplo con expresiones a los jóvenes como “hagan lío” o hablar de la Virgen María como la gran “influencer de Dios”. Hay que hablar a los jóvenes de manera que nos entiendan.

En este sentido, la presencia adecuada en redes sociales por parte de la Iglesia es un paso muy importante y un método de evangelización. El mundo de Internet es hoy el “nuevo continente” que tenemos que evangelizar.

Con la perspectiva de un nuevo pontificado, ¿cree que la Iglesia debe apostar por una renovación profunda?

La Iglesia no empieza de nuevo con cada Papa, sino que se da una continuidad entre todos los pontificados. Por decirlo de alguna manera, el nuevo Papa “se sube a un tren que ya está en marcha” y no es alguien nuevo en la Iglesia, sino un cristiano que ahora ha sido elegido como Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal.

Por tanto, la Iglesia en el nuevo pontificado apostará por una conversión y renovación profunda, como siempre ha hecho a lo largo de 2000 años y seguirá haciendo. No se trata de cambiarlo todo, ni mucho menos. La renovación de la Iglesia viene de la conversión del corazón de cada cristiano. En este sentido, el Papa –sea quien sea– no tiene el poder ni la capacidad de llevar a cabo una “gran renovación” porque eso es obra del Espíritu Santo en el corazón de cada creyente.

Las verdaderas y grandes reformas y renovaciones a lo largo de la historia las hicieron los santos. El Papa será un gran renovador en la medida en que sea un gran santo.

¿Hay riesgo de perder la esencia si se cede demasiado ante las demandas del mundo contemporáneo?

La Iglesia no es solo una institución humana. Ciertamente, hay un elemento humano innegable en la Iglesia, pero también un elemento divino. La Iglesia es de Dios y no puede “mundanizarse”. El Papa Francisco lo recordó constantemente. Estamos llamados, como cristianos, a defender con caridad y con claridad el Evangelio. Por eso, no se puede ceder a ideologizaciones, a opiniones políticas, a lo que está de moda o a lo “políticamente correcto”. Todos los últimos papas nos han invitado a vivir en la verdad y defenderla con caridad. Si la Iglesia “pactase” con la moral de moda o con la política de turno, dejaría de ser la Iglesia de Jesucristo, para convertirse en una mala empresa humana, quizás demasiado humana. De ahí, que el derecho a la libertad religiosa sea un derecho básico en cualquier sociedad y tenemos que reclamar que se respete.

D. José Manuel Salgado Pérez

¿Percibe usted una mayor distancia entre la sociedad y la Iglesia? ¿A qué cree que se debe esta posible desvinculación: errores internos, cambios culturales, desconfianza…?

La Iglesia es también sociedad y una parte de la sociedad es Iglesia. Iglesia y mundo o Iglesia y sociedad no son conceptos contrarios. Quizás la Iglesia (en el mundo occidental) ha perdido poder en la sociedad, pero eso es algo muy bueno porque la Iglesia no es una organización política, ni tiene que tener privilegios; sino que la Iglesia es servidora de la sociedad. Creo que hemos de profundizar hoy en esta imagen de la Iglesia como “sierva”. Los cristianos estamos llamados a ser una familia que, al igual que Jesucristo, se preocupa por servir a todos, todos, todos. Esa debe ser la posición de la Iglesia en la sociedad: la posición del servicio. ¡En la Iglesia el primer puesto es el último y el mayor poder es servir!

¿Qué papel pueden jugar las parroquias en tender puentes con la sociedad?

Las parroquias son esenciales para la vitalidad de la Iglesia y para su relación con la sociedad. Son el lugar en el que se hace experiencia concreta de la Iglesia como familia y células vitales para la evangelización. Por eso, son una gran manera de tender puentes con la sociedad en la medida en que sean parroquias abiertas y acogedoras, vivas y misioneras.

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